Sus calles, casas, tiendas y todo tipo de utensilios reflejan
las necesidades que generaba la búsqueda de oro. Allí encontramos el
establecimiento de la herrería, el parque de bomberos, las pompas fúnebres, sin
olvidar colmados, fábricas de velas, incluso tiendas de sombreros. Una recreación
en la que no falta detalle, personajes vestidos con la moda de la época recorren
sus calles, limpian las entradas de “sus” casas y, por supuesto allí fluye el río
supuestamente cargado de pepitas en cuyas orillas las bateas para la separación
de apreciado mineral están a disposición de quien quiera disfrutar con ellas.
Podemos ver el Chinatown, el barrio de los colonos chinos que también llegaron
a aquellas tierras atraídos por sus riquezas.
Del mismo
estilo y características es el Museo Marítimo Flagstaff Hill en Warrnambool,
que recrea la vida marinera y portuaria de la costa. Allí encontramos fabricantes
de barcos, de sogas, de instrumentos de precisión para navegantes, al tiempo
que la iglesia, el dispensario médico, tiendas de moda, el Banco, colegio y
cantina.
Pero
Australia es mucho más que una historia de 200 años. La naturaleza ha obrado
prodigios durante miles de años que todavía permanecen bastante vírgenes para
el europeo, incluso para los que lo han tenido en el ideario como una
asignatura pendiente, a veces irrealizable.
El
tiempo y la distancia tienen buena culpa de ello, pero cada vez se encuentra
más próximo. No hace mucho eran precisas no menos de tres etapas para
alcanzarlo y hoy ya es posible hacerlo en dos, aunque no baja de 24 horas el
llegar.
Allí
nos esperan los canguros, koalas, ornitorrincos, emú y toda una serie de
especies animales que no encontramos, al menos en libertad, en otras partes
del planeta. Y lo mismo, inmensos territorios desérticos como el
Outback, en el corazón mismo del país,
una región en que años y años de erosión han definido un paisaje característico,
llano, seco, presidido por el icónico Uluru, el monte sagrado de los anangú, el monolito más grande del
mundo, surgiendo en la llanura.
Asociada a
la cultura aborigen de los anangú, el
Uluru no es solo una roca en medio del desierto, es mucho más. Este inselberg
-pico abrupto aislado en una llanura de matorrales- de arenisca rojiza de casi 350 metros de altura es
la montaña sagrada para los aborígenes anangú
y la mayor atracción del Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta, donde también se
encuentra otro monte sagrado: Kata Tjuta, o Las Olgas, con sus 36 cúpulas.
La magia del
monte Uluru son los diferentes tonos que toma según incidan los rayos del sol
se muestra amarilla, roja, ocre, marrón, violácea, negra… sobrenatural. Es el
polvo en suspensión y el vapor de agua de las capas más bajas de nuestra
atmósfera las que actúan como un filtro tamizando las longitudes de onda
cercanas al azul y acentuando las de los campos rojizos.
No está
prohibido subir, pero se agradece no hacerlo porque al ser una montaña sagrada
se entiende como una profanación. Además la subida sería harto difícil por sus
paredes casi verticales y sobre todo por el calor que hace en aquellos parajes
alcanza los 45ºC
en los meses de verano.
Pero tampoco
hay que llegar al corazón mismo de Australia para ver lugares interesantes.
Sin
alejarnos demasiado de las grandes ciudades, Melbourne, Camberra, Sidney ya hay
parajes que merecen la pena visitar por su flora y fauna: los montes Grampians y
la Great Ocean
Road, donde la erosión capricho ha tallado las rocas a su antojo, o the Blue
Mountains tienen un atractivo singular, con la bruma de color azul que le da
nombre, a causa de aceite que desprenden al aire los inmensos bosques de
eucaliptus que cubren sus laderas. Recorrerlo en sus tres medios de transporte:
el Katoomba Scenic Railway, el riel más empinado del mundo, en el Scenic
Cableway, el cable carril panorámico que desciende 545 metros hasta el
Valle Jamison o “caminar sobre el aire” en el Scenic Skyway con vista a las Cataratas
Katoomba, las Tres Hermanas y el Monte Solitary, es algo único.
Abarcar la inmensa isla en un
solo viaje es muy complicado, pero tomar una idea de lo más significativo sí es
posible en un periodo de vacación normal, convirtiéndola en una aventura nueva,
diferente, lejana, tal vez soñada.